Vendiendo peras.
Tenía
un viajillo de peras que vender y le dije a Eusebio, mi vecino, ¿cómo andas de
tarea?
-Ajogao,
como siempre, ¿por qué lo preguntas?
-Que
mañana tenías que llevarme un viajillo de peras con el coche a un pueblo
cerquita. Tu sueltas las peras y te vienes.
-¿Tengo
que recogerte luego?
-Que
va, eso lo espabilo yo en un rato, luego cojo el tren hasta Villanueva y
después como es sábado poniendo la mano hasta casa.
-Qué
bien lo habéis aprendido los de la Iglesia a poner la mano.
-Gracias.
No diré
el pueblo. El mercado había terminado y me quedaban dos cajas de peras por
vender. Lo pensé rápido. Al asilo de ancianos, le regalo una caja si me compran
la otra.
Pedí un
carrillo de mano a un amigo y llegué al asilo. Había un jaleo gordo, gordo, yo
lo reconocí, era la hora de la merienda. La joímos, hoy se me escapa el tren.
La puerta daba a un patio grande y estaba abierta de par en par, iba un bando
de viejos y menos viejos desfilando al comedor. Una monja con un varejón de
azuche que la sobresalía dos cuartas por encima de la cabeza.
Mal golpe hemos dao, pensé a
mala hora vengo.
-Hermanita,
si me compras una caja de peras os regalo la otra, además me harías un favor,
es que se me escapa el tren. Anda hermanita, quédate con las peras, son
buenísimas. A pesar de mis buenas palabras, hermanita, hermanita, el tiro me
salió por la culata.
La
monja apretó el paso detrás de la recua que llevaba por delante. La hermanita
me miró como un toro bravo. Se me cuajó la sangre. Yo entonces no sabía qué era
la tensión, pro se tuvo que quedar a cero.
-¡Lo
que faltaba, ahora viene este hombre con peras!¡Con las peras que nos ha
regalado don no sé quién, que tiene una finca grande y mejores peras que las
suyas!
Era lo
que iba relateando, todo esto sin haber visto mis peras. Yo me hice el
distraído para que se explayara a su aire, así pensaría, este tío se ha caído
de un nido o lo falta poco.
Cuando
se hubo desahogado, me dirigí a ella, todavía con cierta educación y respeto:
Señorita, yo la he escuchado, ahora escúcheme unas palabras, por favor, sepa,
que aunque me vea por la calle vendiendo peras con un carrillo de mano, llevo
asistiendo a reuniones de la biblia en mi pueblo todas las semanas desde hace
muchos años, y aunque me falta mucho por aprender de la Palabra de Dios, veo
que usted está todavía más atrasada que yo. Más que una monja con ese varejón
en la mano parece una guarda guarros.
Con lo
guapa que es podía dar categoría a Dios, a la Iglesia y a ti misma.
A María
en ningún cuadro la he visto con un varejón en la mano, sí la he visto con el corazón en la
mano, sonriendo a los que pasan a su lado. Sonríe a los que pasen a tu lado
para que los hombres te podamos echar un piropo.
Cuando hice el cursillo de cristiandad nos
decía el padre espiritual del cursillo, vamos a piropear a la Virgen y María se
alegrará de que sus hijos la quieran.
Y sepas
que las peras que os ha regalado ese señor os ha dado algo de lo que le sobra y
que yo os daba parte de mi sudor, de mi trabajo, de mi sangre.
-Perdóneme,
el no haberme comportado bien.
-No te
preocupes, estás perdonada. Es una de las cosas que he aprendido en esas
reuniones, y sepas que todos hemos tenido en esa vida la necesidad de que
alguien nos haya parado los pies y nos haya hecho ver que el orgullo y la
torpeza se dan la mano.
Según
la leyenda, un príncipe con unos doce años paseaba a caballo por las afueras de
la ciudad y encuentra a un ermitaño sentado en el suelo con una calavera en las
manos.
-¿Qué
hace usted con esos huesos en la mano?
-Estoy
estudiando esta calavera y no soy capaz de averiguar si era de un príncipe o de
un mendigo.
Antes
de haberme alejado veinte pasos del asilo empecé a dar voces: ¡hoy las peras
regaladas!
Una
señora me dice, mire, mi vecina no está.
-No se
preocupe, dos kilos de peras para su vecina.
Las
espabilé en un rato, pero el tren se me escapó. Me vine al pueblo haciendo
autostop y cuando ya iba subiendo la barrera del viso me montaron en un
cacharro tan viejo que cuando llegué a casa iba más tiznao que el fogonero del
tren.
Para
que te digan guapa
ponte
una flor en el pelo
que
para subir al cielo
hay que
ir con alegría
ayudando
a los que sufren
con
cariño y simpatía
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