Vendiendo picón en Madrigalejo
A
principios del regadío tuve una plantación de frutales a dos kilómetros de
Vegas Altas y a cinco de Madrigalejo. Con la leña de la poda de los perales
hacía picón y lo vendía en Madrigalejo. Yo sabía muy de sobra, muy de sobra que
el picón de perales ardía muy bien, pero era algo flojillo. Y como los que
vamos a la Iglesia no podemos robar, mejor dicho, no debemos robar, daba el
picón a la mitad de precio que si fuera de encina, y así no cogerme los dedos y
dormir con la conciencia tranquila, que no es poco.
Esto
es una de las cosas buenas que aprendemos en la Iglesia, de las muchas buenas,
quiero decir. Como pedir perdón si nos equivocamos, o saber perdonar si nos
ofenden, así dar buen ejemplo. ¡Es que si no perdonamos mentiríamos al rezar el
padrenuestro y eso sería un ejemplo algo flojillo, tan flojillo, tan flojillo
como el picón que yo vendía en Madrigalejo!
Una
mañana me lavaba en el agua de la cuneta después de vender el viaje de picón
que había llevado, Jorge Ruiz el de Victoria Jiménez, que venía también de
Madrigalejo de algún asunto, sonriendo me dijo: ¿qué haces Rafa?
-Pues
mira, que he estado vendiendo picón en este pueblo y me estoy quitando un poco
lo más gordo en este charco.
-Pues
cómo estarías antes de quitarte lo más gordo como tú dices, porque todavía
tienes unos jerrones que si te he conocido ha sido por el carro.
-Es
que yo no sabía, Jorge, que este oficio era tan negro.
-Este
oficio es negro, negro. Negro se ponían los piconeros haciendo el picón, se
veían negros para venderlo y más negro para jartar de morcilla a su familia.
-¿Sabes
lo que he pensao Jorge?
-Tú
dirás Rafa.
-Por
lo que estos pobres llevan afanao voy
a proponer en el Ayuntamiento que les pongan el nombre de una calle: Calle de
los Piconeros.
-Cuenta
conmigo para apoyarte, se lo tienen bien merecido.
-Hombre,
dímelo tú a mí Jorge, que yo sé lo que es andar calle arriba, calle abajo:
“¿quiere usted picón? ¿Quiere usted picooón? Y algunos muchachos son tan joíos de que te ven tiznaos que te sacan
hasta la lengua.
A los
pocos días después de esta conversación con mi amigo Jorge, llega nuestro amigo
Martín García dice: “Rafa prepárate para un cursillo en Plasencia para unos
días.
-Mira
Martín, que la cosa está negra, negra. Pregúntaselo a Jorge y verás. Sepas que
los labradores llevamos varios años que
no cogemos ni la simiente por exceso de agua.
Y
además, al cruzar por “El Salto el Gitano” camino de Plasencia algún día se me
sale el estómago por la boca.
-Te
comprendo Rafa, pero luego los curas me preguntan por ti. Son todos buena
gente.
-Hombre
“cerca de Dios” tú me dirás.
En
fin, rematé como siempre, diciendo que sí.
Durante
el cursillo, un cura algo extravagante hacíamos buenas ligas, me dijo que un
día puso un cartel en la puerta de la Iglesia: “Si has robado no entres”
-Y si
yo voy a tu pueblo señor cura, ¡podré entrar en la Iglesia?
-Si
has robado no.
Yo ya
le había contado el asunto de la venta del picón en Madrigalejo.
-Yo
creo, -me contestó el cura- que robar lo que se dice robar no has robado nada,
en todo caso se podría decir que has metido gato por liebre, porque tú lo
vendías según tu juicio a su justo precio.
-Sí,
pero mentía cuando decía que el picón era de encina y en cada saco metía
algunas hojas de chaparreras chasmuscadas para dar el pego, haciendo creer a
las mujeres que era leña de chaparro.
-Bueno,
tampoco lo considero pecado Rafa, eso es de alguna forma habilidad para vender
picón, porque no te lo ibas a comer.
-Entonces
señor cura, ¿tú crees que yo iré de cabeza al infierno por unas cuantas hojas
de chaparrera chamuscadas?
-Tú
por eso Rafa no vas al infierno de cabeza, ni de pata. ¿Quién te ha metido ese
miedo en el cuerpo?
-Bueno
que no voy al infierno de patas señor Cura, eso lo tengo yo muy seguro.
-Y si
estás tan seguro Rafa de que no vas de patas al infierno por qué me lo
preguntas.
-Es
que mis pies no caben por todos los sitios.
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