Antes de haber un puente en el Guadiana
Antes de haber un puente en el Guadiana
próximo a Orellana, esparragueros, pajareros, labradores y una gomia de
muchachos y mujeres tenía que arreglárselas para pasar el río en la barca. La
Serena daba de comer entre espárragos, cardillos, berros o criadillas.
Yo tuve una mula más de veinte años, y una
tarde hubo que pasar el río a vado porque el barquero no estaba. La mula tuvo
que nadar varios metros porque no llegaba con las patas al suelo. Y yo digo, si
la mula la compré con tres meses ¿quién pudo enseñarla a nadar? ¡Qué lección me
dio aquel animal. Con el agua que yo habré tragado para aprender a nadar!
Mi padre era Ordinario[1]
o Carrero que se decía lo mismo. Él no aprendió a nadar porque no le vagó, tuvo
que trabajar desde pequeño.
[1]ordinario: DRAE 11. m. desuso. Arriero o carretero que habitualmente
conducía personas, géneros u otras cosas de un pueblo a otro.
Por entonces, a falta de camiones el
transporte se hacía con carros de ruedas de llanta metálica y estructura de
madera. Nos contaba que él y sus hermanos siendo mozos trabajaron de ordinarios
y simultáneamente llevaban algo de labor, pues ninguno de los dos negocios era
gran cosa.
Hubo más familias que se dedicaban también a
estas tareas, como los hijos de la tía Felisa del Ordinario, los hermanos
Jiménez. Un tal Pepillo del que mi padre contaba que en alguna ocasión había
echado un viaje hasta Madrid con el carro, y él mismo dice que fue en dos
ocasiones a Badajoz.
El recorrido más habitual era a Villanueva de
la Serena, buscando siempre el trayecto más corto, incluso después de haber un
puente que no se construyó hasta 1933; porque en cualquier caso suponía un
rodeo considerable sobre todo teniendo en cuenta que los desplazamientos se
hacían a razón de una legua[1]
a la hora, según el terreno y la carga con lo que el camino podría durar entre
seis u ocho horas.
Nos contaba mi padre de un día, pasando el
vado de los Jabales[2]
del Guadiana, viniendo con el carro desde Villanueva, empezó a inclinarse y oyó como las chinas
rodaban hacia lo hondo del río revuelto por la subida del agua y que a punto
estuvo de que el carro, las mulas y el carrero fuesen tragados por las furiosas
aguas.
[1] legua: DRAE (Del celtolatino. leuga, quizá de origen prerromano).1. f.
Medida itineraria, variable según los países o regiones, definida por el camino
que regularmente se anda en una hora, y que en el antiguo sistema español
equivale a 5.572,7 m.
[2] Vado de los Jabalíes. Es la zona donde se celebra actualmente la
romería de San Isidro.
Bastantes años después por
el mismo vado[1] de
los Jabales, Manolo Jiménez Ruiz, Calisto, padre de Victoria y de Juani
Jiménez también fue carrero. Venía de familia de carreros que hacía
habitualmente esa ruta. Lo había
[1] vado: DRAE (Del latín vadus).1. m. Lugar de un río con fondo firme,
llano y poco profundo, por donde se puede pasar andando, cabalgando o en algún
vehículo
aprendido desde muy tierna edad. Conocía el
camino, los arenales que parecían tragarse toda la fuerza de las mulas
avanzando con agobiante lentitud.
Con trece años ya hacía sólo el camino con sus
mulas enjaezadas, con sus borlas y sus campanillas, pues aunque animales eran,
merecían buen trato y cuidado; y por qué no, también adornos, pues como diría
Cervantes, “un palo vestido, no parece palo”. Las llamaba por su nombre, se
habían criado con él, las daba de comer y las llevaba al abrevadero con gran
dedicación y cariño. Eran sus mulas. Esas que les parecerían enormes bestias a
cualquier chavalillo de ciudad eran sus compañeras de fatigas.
Así siendo casi un crío de trece años, pero con la
madurez y la determinación de un hombre, llegó a la orilla del río, empezó a
cruzarlo como tantas veces había hecho con su padre, sus hermanos y sus dos yuntas de mulas. Pero aquella
travesía quedaría grabada en su memoria para siempre.
Cuando iba por medio del río el venaje cada vez más
potente y con un empuje implacable arrolló al carro y las mulas. Deslizados
fuera del carril de vado el río se convertía en un abismo en el que no se
tocaba fondo. Por más que se esforzaban,
las mulas perdían su apoyo en el suelo y no podían resistir el ímpetu de la
corriente. Con enorme esfuerzo y gran dificultad pudo desenganchar las dos
mulas de las cuerdas[1]
pero el carro y las dos mulas que seguían enganchadas fueron
arrastradas por la furia de la corriente
ahogándose la dos. Terminó de cruzar el río a nado y con la pelliza puesta por
lo urgente y apurado de la situación. Aquello fue muy sonado. Yo tendría unos
ocho o diez años y lo recuerdo perfectamente, luego todo el pueblo solidario
fue a sacar el carro cuando las aguas habían desbravado.
Para estar más seguro de esta historia
pregunté a Francisca, su mujer, y me dijo que cuántas veces se lo oyó contar a
Manolo.
Cuando pisó tierra firme al salir del río,
encontró las dos mulas de las cuerdas que le habían adelantado al pasar el vado
esforzándose también en nadar contra la fuerza del agua.
Las dos mulas estaban en la orilla sin moverse
como si esperasen a que su amo saliese de aquel peligro.
Manolo acarició a las mulas con cierta
satisfacción por sobrevivir, pero al volver la vista atrás comprendió que las
otras dos mulas habían sido arrastradas por la furia de la corriente y
engullidas en el abismo de las aguas.
Y así contemplando con
tristeza aquel suceso se admiraba cada vez más como había podido salir de allí
siendo tan joven y haber podido atravesar unas aguas salvajes de un río que apenas con
mirarlas causaban pánico.
Y para que no caiga en el olvido escribo estas
páginas para que sepáis que Manolo Jiménez tuvo un comportamiento heroico con
sólo trece años peleando contra la furia de un río.
[1] Cuando en un carro van enganchadas cuatro mulas se llaman las de las
cuerdas las dos delanteras.
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