domingo, 13 de diciembre de 2015

Basiliso el ciego



Basiliso el ciego

Basiliso Sanz, conocido como Basiliso El Ciego hijo de Julio Sanz, hermano de mi abuelo Alfonso.
Quedó ciego a causa de la viruela cuando era pequeño. Se crió en una casa con cuatro hermanos y dos hermanas, que tuvieron que trabajar duro como casi toda la gente en aquellos tiempos.


Basiliso aprendió a tocar el acordeón-piano de oído. Tocaba en bailes y serenatas de bodas. Yo siempre le conocí de sacristán. Ayudaba al cura en todo lo que podía. Subía a la torre corriendo delante de los muchachos sin dar un tropezón. A mí me gustaba subir a la torre para oírle repicar las campanas. Era una maravilla. Qué pena no haber podido grabar aquellas demostraciones de arte de un hombre ciego. La gente se quedaba embelesada escuchando.
Todavía los mayores lo recordamos. Además tenía el instinto de un lince. Una mañana pasaba por mi puerta, yo le estuve observando y justo a la altura de mi casa Basiliso pronuncio el nombre de mi madre. Ella lo oyó y enseguida salió a saludarle como primo hermano que era.

Este hombre, que yo sepa no hizo mal a nadie. Él vivía en la calle Buenavista, qué ironía,  iba todas las mañanas a tocar a misa, la misa de alba. Además saboreaba aquel repicoteo de campanas que formaban parte de su vida, pero con tan mala suerte que una mañana a la hora de misa las campanas no se oían.
¡Algo le ha pasado a Basiliso! Comentaba la gente. ¿Se habrá muerto? Se preguntaban. Aquel silencio de las campanas a la hora de misa daba que pensar. Sin embargo... a Basiliso el ciego le habían tendido una trampa traicionera y dolorosa.


La anterior había sido una “noche de quintos”, los mocillos que fueron sorteados hicieron una “hombrada” para cuando fuesen al ejército poder ir contando alguna “hazaña”.
Armados con picos y marras derribaron aquella tenebrosa noche el  pequeño puente que había junto al Matadero que era el paso diario de Basiliso para cruzar el arroyo y que conocía de memoria como recorrido habitual.




Este pobre hombre aquella mañana no pudo llegar a la Iglesia. Pisó en vacío y fue a dar con la cabeza al otro lado del puente derrumbado y allí lo recogieron los que pasaban de madrugada. Estaba desangrándose y sin dar señales de vida con la cara y la cabeza hechas polvo. Le costó mucho tiempo estar sufriendo el dolor por culpa de un capricho “heroico” de unos jóvenes que pronto, muy ufanos,  mandarían una foto vestidos de soldados.
-Mi hijo. Qué guapo. –Dirá su madre.
Qué a gusto se habrán quedado al enterarse de la “hazaña” que habían hecho.
Seguro que no pensaron el daño que aquello podía ocasionar. Todos hemos sido jóvenes y yo me pregunto después del tiempo correr: ¿Les hemos comunicado a nuestros hijos nuestros errores para que ellos no cometan los mismos?
Qué bien se podría vivir si cuando somos mayores reconocemos nuestros errores para educar a nuestros hijos a que no destruyan, sino para que despejen los caminos de la vida adornándoles con flores si es preciso y sobre todo, sobre todo, si son ancianos o algún ciego quien vaya a pasar por aquel lugar.
Basiliso afortunadamente se recuperó y volvió a hablarle a  todo el pueblo con tañer de las campanas.



martes, 8 de septiembre de 2015

El niño furtivo



Con diez años apenas yo contaba

Y con la harina al hombro me volvía

Los perros me ladraban a dos leguas o más

La sombra de la luna me seguía



Y por el humo que echaban las chimeneas

Por la trocha confusa yo me orientaba

Sin mirar atrás hacia el pueblo seguía

Parecía inmenso el tiempo que me faltaba.



Después me subí al Cerro de la Herrería

Miré al fondo del río y vi las huellas

Del camino que llevé al molino

Con la mochila a cuestas las noches aquellas.

Y detrás de la puerta me esperaba mi madre

Y me besó en la frente tan resudosa y fría

Me apretó con  la cara muy suavemente

Y me quitó de encima lo que traía.



Y con cara de hambre nos miramos los dos

Yo me senté a la lumbre porque hacía frío

Nos contamos las penas y pasaron de cien

Esperando a que el pan estuviese cocío.



Conocía el lenguaje de los bichos del campo

Y atraía a los pájaros con mi voz

Y durmiendo y soñando en sus brazos cansados
Para mí fue mi madre un regalo de Dios



Me espabilaba el hambre de la cama

Me dio el viento un olfato a pan cocío

Y me miré en un charco de agua clara.

Devorar un mendrugo fue el pensamiento mío.
˜˜
A nado me pasé el Vao los Jabales
Furtivo, casi siendo una criatura
Crecía mi corazón a golpe agitado
Yo solo me cavé la sepultura.

Y por el Cerro Gordo tras los lagartos
Corría como el viento casi esmayao
Y cuando otros niños salían de la Escuela
Más de quince bichos ya tenía sollaos.

Moviendo pedruscos y sudando la gota
Me vine feliz ya por la verea
Y cuando mi madre llegó de lavar
Con tres leños verdes buena fritolea.



Y corriendo entre siesta a pescar al río
Porque en el verano el suelo abrasaba
Y había algunos días que el Sol se ponía
Y el cuerpo vacío también quemaba.

Y con la boca seca y la garganta
Del polvo del camino que me vio crecer
Me aumentaba el latío del corazón
Y entre el sudor y la tierra me surcaban la piel

Y un quince de agosto al atardecer
Yo me fui apagando igual que un candil
Y el cura del pueblo subió al campanario
Y dobló tres veces, y lloró por mí.

Y mi madre se recostó a la tumba
Y a mi lado se fue consumiendo
Hasta que un día se quedó dormida
¡ Qué feliz, no verla más tiempo sufriendo!


Fue una tumba llena de misterio
Cuatro rosas unos niños llevaron
Y en el centro con las lluvias tempranas
Se cubrió con los lirios que brotaron.

Unas piedras rodearon la tumba
Y unas letras grabás en el suelo


Una imagen puestos de rodillas

Con los ojos fijos en el cielo.

Y Dios, al mirarlos los sentó a su lado
Les abrazó y dijo: sepan las naciones:
Cabe aquí mejor un niño furtivo
Que las reverencias y las oraciones.


Cuánta agua inútil, desperdiciada
El mar, como un dragón se fue tragando
Y la tierra, por culpa de una guerra
De muertos y terror se fue sembrando.

El recuerdo de un pasado lejano
Y un despertar de aquel tiempo perdido
Una útil lección por los horrores
De los que todos habíamos cometido.

Atajar la corriente a nuestros ríos
Es guardar un caudal bajado del cielo
Es una forma de que haya menos pobres
Y una manera de enriquecer el suelo.

Es un estilo de conseguir amigos
Esto lo hacen las gentes generosas
Y de una tierra que estuvo empobrecida
Que sea Extremadura más hermosa.



Donde las aguas rebosen las acequias
Y algún que otro bancal puesto de flores
Y en los caminos, frutales florecíos
Bañados por las gotas del rocío.

No haciendo a nuestra prole esparragueros
Ni unos tristes humildes leñadores
Ni analfabetos que no sepan leer
O unos mal vistos furtivos pescadores.

Queremos de nuestra Extremadura

Generaciones que fueron tan sufridas
Ver alegría en todos nuestros pueblos

Y una tierra por fin enriquecida.

Y recordando a nuestros emigrantes

Como tantos salieron de Orellana
Metíos están en nuestro corazón

Cuando en la fiesta oímos las campanas.


¿No es ya la vida alegre y más bonita

De que los pobres vivan holgadamente?
Y que podamos mirarnos cara a cara,
Pudiendo hacer felices a las gentes.

Ojalá que esos niños hambrientos
De otros mundos que se mueren de sed
Puedan volar lo mismo que los pájaros
Y venirse a nuestros ríos a beber.


Si pudiéramos echarles una mano
Qué contentos esos niños se podrían.
Educarles y enseñarles a leer,
Veríamos como Dios lo agradecía.

No demos un fusil a esas criaturas
Que viven bajo el odio y el terror
Decirles que la vida es otra cosa
Y enseñarles el camino del amor.

Y decirles una vez a los que mandan.
Que en la tierra si queremos paz
Es sembrándola de trigo y arrozales
Y no haya ningún pobre y mucho pan.