martes, 16 de diciembre de 2014

Vendiendo carpas



Vendiendo carpas

Esto fue mi parienta Luisa de Ramón Rojas:
-Toma una carpa, Rafael. Y mira que cesto de carpas ha traído Ramón.
-Nos encantan las carpas. Y más si son regaladas.
-¿Y por qué no vendes estas carpas Luisa?
-¿Quién la va a vender Rafa?
-Yo te las vendo. Déjame una romana y tú muchacho, coge de un asa del cesto.
Antonio se llamaba el crio.
-Yo no, a mí me da mucha vergüenza
El muchacho era hijo de Petri, hermana de Luisa.
-Mira muchacho, tú lo único que va a hacer es coger perras.
Por fin se arrancó. Salimos la calle Palacio abajo. Estaba bastante más poblada que ahora. Iba dando voces: ¡Vivitas y coleando, señora! ¡Alguna se queda sin carpas esta mañana!
La gente se alborotó de una manera, que al muchacho no le daba tiempo a meter perras en el bolsillo. No he visto nunca tanta rebatuña ni tantos gatos dando miaurríos asomados a la puerta. Qué disloque. Algunas creían que pasaba algo, nos daban unos empujones que el muchacho siempre andaba roando por el suelo. Una mujer forzúa acostumbrada a segar habas y garbanzos y bien comía me metió con el codo un golpe que me dejó sin el habla.
-¡Vamos no repeses tanto, que no son tuyas las carpas1
Total, cuando llegamos a la plazuela de Cristino carpas vendidas.
-Toma muchacho la romana y el cesto. Se lo das a tu tía Luisa.
Todavía después de más de veinte años el muchacho recuerda aquel jaleo. Pero él nunca se había visto con tantas perras gordas en el bolsillo.
Hubo un rato que lo pasamos mal porque las mujeres de la calle Palacio, la mayoría eran labraoras ricachonas del Palazuelo y bien atracás de comer que el muchacho siempre roando por el suelo de los empujones que le daban, aunque el muchacho no estaba flacucho que estaba tapao, pero sin querer tenía la edad de la crecedera.
Ya le dije: muchacho siéntate en el suelo verás cómo no vuelven a caerte hombre. A poco si me descalabran la muchacho, por fin las carpas se vendieron y no hubo roturas gracias a Dios.

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