Vendiendo carpas
Esto fue mi parienta Luisa
de Ramón Rojas:
-Toma una carpa, Rafael. Y
mira que cesto de carpas ha traído Ramón.
-Nos encantan las carpas. Y
más si son regaladas.
-¿Y por qué no vendes estas
carpas Luisa?
-¿Quién la va a vender Rafa?
-Yo te las vendo. Déjame una
romana y tú muchacho, coge de un asa del cesto.
Antonio se llamaba el crio.
-Yo no, a mí me da mucha
vergüenza
El muchacho era hijo de
Petri, hermana de Luisa.
-Mira muchacho, tú lo único
que va a hacer es coger perras.
Por fin se arrancó. Salimos
la calle Palacio abajo. Estaba bastante más poblada que ahora. Iba dando voces:
¡Vivitas y coleando, señora! ¡Alguna se queda sin carpas esta mañana!
La gente se alborotó de una
manera, que al muchacho no le daba tiempo a meter perras en el bolsillo. No he
visto nunca tanta rebatuña ni tantos gatos dando miaurríos asomados a la
puerta. Qué disloque. Algunas creían que pasaba algo, nos daban unos empujones
que el muchacho siempre andaba roando por el suelo. Una mujer forzúa
acostumbrada a segar habas y garbanzos y bien comía me metió con el codo un
golpe que me dejó sin el habla.
-¡Vamos no repeses tanto,
que no son tuyas las carpas1
Total, cuando llegamos a la
plazuela de Cristino carpas vendidas.
-Toma muchacho la romana y
el cesto. Se lo das a tu tía Luisa.
Todavía después de más de
veinte años el muchacho recuerda aquel jaleo. Pero él nunca se había visto con
tantas perras gordas en el bolsillo.
Hubo un rato que lo pasamos
mal porque las mujeres de la calle Palacio, la mayoría eran labraoras
ricachonas del Palazuelo y bien atracás de comer que el muchacho siempre roando
por el suelo de los empujones que le daban, aunque el muchacho no estaba
flacucho que estaba tapao, pero sin querer tenía la edad de la crecedera.
Ya le dije: muchacho
siéntate en el suelo verás cómo no vuelven a caerte hombre. A poco si me
descalabran la muchacho, por fin las carpas se vendieron y no hubo roturas
gracias a Dios.
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